De alguna manera, podría decirse que las disrupciones traumáticas son “penas” en la vida de la organización, y que con respecto a ellas es muy sabio aplicar lo que poéticamente señalaba en su novela Ehrengard la escritora danesa Isak Dinesen, seudónimo literario de la baronesa Karen von Blixen: “todas las penas pueden soportarse si somos capaces de contar una historia acerca de ellas”.
En la vida organizacional, las disrupciones pueden tomar muchas formas, desde la implementación de una nueva tecnología hasta una crisis financiera, pasando por una mudanza o la salida de un líder clave. Pero cuando estas disrupciones poseen la característica específica de «amenaza», es decir, la percepción de un fenómeno o proceso que puede desestabilizar y desestructurar nuestro psiquismo y nuestra vida emocional, es cuando se convierten en traumas disruptivos.
“Contar historias acerca de las penas” puede llegar a ser la misión de la CI en esos contextos, y al respecto existen tres grandes relatos: los informativos, los paliativos y los curativos, complementarios y no excluyentes.
El psiquiatra Mordechai Benyakar, una de las autoridades mundiales en el estudio clínico de los traumas, quien adquirió renombre mundial por su análisis de los atentados terroristas del 11-S de 2001 en New York y Washington, define lo disruptivo (traumático) como “toda amenaza individual o colectiva al psiquismo”, a lo que cabe añadir también amenazas al mundo emocional.
Desde luego, no todas las disrupciones son propiamente traumáticas, sino tan solo aquellas que poseen esa característica específica señalada por Benyakar, la de “amenaza».
En la mayor parte de los casos las disrupciones son adaptaciones a un nuevo entorno, por difíciles y desafiantes que sean, pero adaptaciones y no traumas como, por ejemplo, cuando una organización y sus colaboradores deben incorporar una nueva tecnología o un sistema tecnológico global o llevar a cabo una mudanza.
Que “las palabras curan” es uno de los fundamentos de determinadas corrientes terapéuticas psicológicas, muy en especial de la logoterapia, creada por el psiquiatra austriaco Viktor Frankl y presentada en sus dos grandes obras, El hombre en busca de sentido y La voluntad de sentido.
Y si una de las funciones estratégicas de la CI es contribuir al necesario equilibrio de la organización para que ésta siga creciendo productivamente desde su estabilidad, tal vez tenga sentido proponer que la CI es igualmente estratégica para conseguir que una organización -y sus colaboradores- recuperen la estabilidad psicológica y emocional que se ha visto amenazada por la disrupción traumática.
Esto puede lograrse por medio de tres grandes estilos de relato, tres grandes relatos complementarios y no excluyentes, y hasta podría decirse que sucesivos, y todos ellos terapéuticos: los relatos informativo, paliativo y curativo.
El relato informativo
El relato informativo es el que “da cuenta”, explica las causas, efectos y consecuencias de la disrupción traumática. Es importante para que los colaboradores entiendan lo que está sucediendo.
El relato paliativo
A diferencia del relato informativo, pero de manera complementaria, e incluso simultánea, el relato paliativo es el que ofrece modos concretos y prácticos para gestionar esas consecuencias. Es un relato de CI en el que cabe esperar el asesoramiento de expertos con respecto a su contenido y la experiencia específica del área de CI para presentar esos conocimientos de la manera más atractiva e influyente. En este caso, no se trata de limitarse a “dar cuenta”, sino también -y sobre todo- se aspira a “dar-se cuenta”, es decir, a que los colaboradores comprendan cómo ese conjunto de causas y efectos les están afectando a título no solo organizacional sino también personal.
Es el primer paso para una gestión eficaz y estabilizadora del psiquismo y el mundo emocional amenazados al llevar a cabo una apropiación subjetiva del trauma, clave para su contención, el primer paso para la resiliencia.
El relato curativo
Volviendo a Isak Dinesen, “todas las penas pueden soportarse si podemos contar una historia acerca de ellas”, al “dar cuenta” con el objetivo de “dar-se cuenta” debe suceder, como una fase final, el “dar cuento”, es decir, ofrecer desde la CI un relato superador vinculado con una política del cuidado -más que políticas del bienestar-, una historia que cure, que sane las heridas y permita que tanto la organización como sus colaboradores progresen a partir de lo sucedido, su explicación y su apropiación subjetiva, pues comprender causas, gestionar efectos y prever consecuencias no siempre es sinónimo de superación, aunque sí esencial como fundamento de esa fase final del proceso.
Para superar realmente un trauma, algo que no siempre ocurre, es necesario hablar de él –“todo lo que no se habla, se repite”-, es preciso en este modelo de relato una estrecha colaboración entre las áreas de RR.HH. y CI para ofrecer no solo ese relato, sino para habilitar también espacios de verdadero diálogo entre todos los afectados, y que sean ellos mismos los capaces de articular ese relato superador, si se puede con ayuda de facilitadores.
Resumiendo, puede decirse que el relato informativo presenta el significado de la disrupción traumática, el qué; el paliativo, el por qué, su significado, esto es, la necesaria apropiación subjetiva de un acontecimiento o un proceso para poder estar en condiciones de afrontarlo y, por último, el relato curativo ofrece su propósito, pues solo el para qué de lo ocurrido puede promover el progreso organizacional y personal, por muy duro que haya sido o siga siendo la disrupción traumática.
Solo un relato promovido en conjunto por CI y RR.HH., y consolidado en esos espacios de diálogo y cocreación de nuevo conocimiento y experiencias, las organizaciones y sus colaboradores estarán en condiciones de hacer buena una de las ideas centrales del neuropsiquiatra francés Boris Cyrulnik, el padre del concepto de “resiliencia”: “una herida no es un destino”.
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